NUEVA HISTORIA DE ESPAÑA
España, año 2021. Por fin se ha logrado un gobierno nacional entre cábalas y componendas de retorcida factura con exigencias terminantes, en especial las de los partidos catalanes que han cambiado su abstención por una serie de imposiciones gracias a las cuales se ha conseguido la tan ansiada mayoría.
Una de ellas es una nueva interpretación de la historia que ha de reflejarse de inmediato en textos literarios y didácticos. De entre los múltiples delirios negociados está el referente al Reino de Cataluña, que desde ahora abre un nuevo y desconocido capítulo en la historia de España.
En la ilustración que formará parte del primer libro deHistoria de España Revisada, se muestra al primer rey catalán, Catalino I (1462-1505), dotado de orbe y cetro, rodeado de sus consejeros aúlicos, entre los que se recuerda al mosén Oriol, de sotana abotijada y mirada desvaída y al malvado conde de Puig del Mont, protagonista de silenciadas huidas por tierras de Waterloo. Al pie, un doncel custodia la hacienda real y recita las gestas del monarca mientras una conocida pareja de baile, llamados Montatanto Tantomonta ameniza la velada del gran Catalino. Las crónicas definen a la danzante como una moza de rústica fermosura de la alejada y pobre Castilla llamada Isabel, y un joven aragonés, llamado Fernando, ambos sin linaje.
GRETA
La musa del clima, Greta Thundberg, durante su travesía transatlántica, se cruza con una patera llena a reventar de migrantes, y Greta, que no está muy familiarizada con esas embarcaciones saluda con la mano a los navegantes y les agradece su sensibilidad hacia el problema de la contaminación del aire del planeta y que aprovechen al máximo el espacio de la embarcación viajando todos en la misma barca.
EL CHIRINGUITO
Es imposible no reconocer que el chiringuito playero es la institución veraniega por excelencia que entretiene los ocios del estío nacional de mitad de los españoles.¿Cómo concebir pasar toda la mañana panza arriba en la playa y no pasar por un chiringuito? aquél al que vas todos los días y del que te conoces de memoria la carta de raciones y te sabes el nombre del dueño y él el tuyo como si fuerais de la familia. Además de refrescar la sed y mitigar el calor es una terapia para el cuerpo porque te ayuda a saltar acrobáticamente por la arena cuando arde debajo de los pies y a correr dando zancadas hasta alcanzar la sombra fresca del cañizo, y también para el alma porque nos libera de la esclavitud de pensar obsesivamente en ponerle la crema al niño, en enderezar la sombrilla que ha volcado el viento y de releer por segunda vez el periódico tras una larga mañana en familia. Entrar en el chiringuito es entrar en un oasis de frescor en donde la gente se aprieta a la barra como si se fuera a caer y en donde se habla de temas serios como los nuevos fichajes del fútbol, el consabido guirigay nacional y en la mejor manera de ensartar los espetos en la brasa caliente de la parrilla. La clave para entender que hemos alcanzado la Gloria es entender que al que tú vas suele servirse la mejor cerveza de la costa, la más fría, la mejor tirada, la más rubia, que además se sirve acompañada con la tapa más abundante, la más sabrosa.
LA NOVIA DEL TATUADOR
Él trabajaba en el tatoo shop del barrio,
en donde ella vivía, y ella pasaba largos ratos mirando por los cristales las plantillas de los tatuajes, las hermosas filigranas de guerreros, princesas, serpientes y un mar de imágenes todas ellas sorprendentes. Al fondo, en una mesa de masaje,
el tatuador, un joven estudiante de Bellas Artes que pistola en mano dibujaba con primor la piel de los clientes como si de un caballete se tratase. Quiero uno aquí, en la pantorrilla le decían, yo quiero otro cerca del ombligo, yo quiero uno
que sólo mi pareja pueda verlo y lo quiero tatuado justo aquí mientras se señalaba la ingle con cierto rubor y sonrisa pícara. Y la clientela llenaba el negocio y salían encantados con su marca indeleble, como un estigma
artístico gravado bajo la piel.
Una tarde entró ella, tímida, discreta, decidida a tatuarse una mariposa justo en el cuello, para así tapársela
con el pelo, venido el caso. El artista la miró como reconociendo el rostro de la muchacha del escaparate, prerrafaelista, bellísimo, evanescente entre las brumas de la tarde. Le preguntó, que te pinto. Le contestó lo que quieras.
Por donde empiezo. Me da igual, conozco bien lo que haces y me gusta todo. Desde ese momento no pudieron apartarse la mirada, mientras hablaban de cine y de pintura el comenzó a dibujar desde el tobillo de ella el fruto de su arrebato viajando por todo
su cuerpo nacarado de formas mórbidas y redondeadas. Y así pasaron los minutos que se hicieron horas, mientras hablaban y hablaban y el cuerpo de ella se fue tatuando de mariposas de sueños, de amor, de formas.
LA FUMADORA DE PUROS
Todas las tardes, cuando las grandes corporaciones y sociedades financieras de la City cerraban sus puertas, un enjambre de hombres de negocios se reunía en el bar-club “Habana” para compartir los detalles de la agitada mañana de trabajo, con un whisky reserva en una mano y un cigarro puro en la otra. Y allí, entre las maderas nobles y las moquetas ajadas del viejo bar, Juanita, una mulata de veintitrés años cumplidos, sentaba cátedra con su innata capacidad de distinguir la calidad del tabaco elaborado. Para ello observaba con parsimonia la tersura de las capas que lo componen, olía el aroma de sus hojas, escuchaba en su interior la delicada frescura vegetal del cigarro. Sólo al final de ese escrutinio la joven pronunciaba su veredicto: apto o no apto para fumarse. Y una vez encendido, entre las densas volutas blancas del humo, Juanita se transportaba a su lejano país antillano, en donde adquirió su talento olfativo a la sombra de una seiba centenaria, aquél que abandonó hace años junto a su padre a bordo de una balsa de cañas remendadas con cuerdas y cámaras de caucho.
Por esta razón el “Habana” era lo más exclusivo de entre los gentlemen clubs de la ciudad y la fama de Juanita trascendía a la del lugar, en donde era fascinante verla sentada, erguida y bella, con su piel color tabaco, en un sillón de alto respaldo, rodeada de caballeros encorbatados, pendientes todos de cualquier gesto de su boca, de un chasquido de su lengua, de un parpadeo de su mirada que delatara la aprobación o suspenso del puro que examinaba.
Una joven habanera había logrado que en ese vetusto club financiero, el gozo del capitalismo allí reunido, dependiera de su humilde y sabia opinión.
SEPTIEMBRE
Me siento feliz y libre mientras la brisa del mar acaricia mi cara y suaves ráfagas de arena se posan entre mis muslos y en mi vientre. El viaje
en coche desde la ciudad ha sido como un viaje en el tiempo, a los veranos con mi familia, a mis primeros amores con besos de arena y sal. No me ha tomado más que unos segundos en despojarme de mi vestido de calle, tirar a un lado la tablet y el teléfono
y coger la banqueta de terciopelo morado que usaba mi madre. Bajo desnuda los peldaños de madera que dan a la playa y hundo los tacones en la arena, con el único accesorio que un sombrero de fieltro en la cabeza. No necesito más. Todo
me sobra. Observo que otras nobles casas con porches de madera pintados en elegantes tonos pastel se suceden dispersas a lo largo de la costa ancha y arenosa, moteando el litoral, y me invade un vago recuerdo a un cuadro de Hopper que no llego a definir con
claridad. Miro el horizonte sereno y limpio mientras las gaviotas con su graznido átono comentan elocuentes mis pensamientos. Es hora de darle un vuelco a mi vida, conciliar mis horarios, poner prosa a mis ideas, celebrarme a mí misma, prescindir
de lo superfluo, reinventar mi pareja,…. Mientras, muy arriba, las gaviotas blancas asienten con su monótono graznido.
EL PINTOR Y SUS AMIGOS
Se levantó temprano, una preciosa luz natural entraba por la ventana y proyectaba un intruso rayo de sol sobre el lienzo en blanco. Revisó los bocetos de la noche anterior y
tras prepararse un café empezó a manchar el lienzo. Primero esparció un fondo, luego vinieron las formas, con un grueso pincel de cerda, sin saber al principio que pintaba y dejándose llevar sin saber muy bien a donde iba.
De pronto un ruido, una lejana conversación entrecortada llamó la atención del pintor. Nada se veía, y continuó a pintar. Ahora ya se adivinaba alguna
forma a pesar de la tosquedad del escorzo.
Más ruidos, ahora cercanos, bisagras abriéndose, idas y venidas, alguna risa que otra, le interrumpieron de
nuevo, había alguien en el cuarto contiguo. Sonrió, dejó la paleta y el pincel, y se asomó despacio por la
puerta entreabierta. Y allí
se los encontró. No faltaba nadie, Matisse le explicaba a Picasso el poder del color, Toulouse Lautrec insistía en que el dibujo es lo importantes, Sorolla defendía la pincelada velada para lograr el efecto de la luz, y Velázquez
por supuesto asentía. Sus referencias estaban allí reunidas, puntuales, exigentes, dirigiendo el trazo del pintor.
Sin interrumpir, sin hacer ruido volvió
al lienzo, agarró el pincel con la derecha, la paleta en la izquierda. Un gesto de seguridad le iluminó el rostro, eran sus referencias, sus maestros que atendían puntuales, ahora estaba seguro que estando ellos allí su trabajo
dejaría de ser pintura para convertirse en Arte.
LAS DOÑAS
Asisten gustosas al brunch de las doce en el Country, al que convoca todas las semanas el Club de Damas Piadosas. El motivo de la reunión es algo de caridad, infancia desfavorecida o algo así, pero ninguna lo sabe con certeza.
La verdad es que se trata de matar las horas de la mañana y de relacionarse, de verse, compartir una refrescante mimosa y hablar las unas de las otras y vice-versa. Con ese ingenuo pasatiempo se justifica el día en los círculos de la crème.
Las doñas llegan puntuales al club a bordo de inmensos vehículos de lujo, y a pesar del tórrido sol exterior todas muestran una piel nívea, hidratada, de una jovial tersura. Doña Scarlet, Doña Hilda y Doña Fifí, son habituées y no tienen otros compromisos que los sociales, ya que todos los flancos de su existencia están holgadamente resueltos por rentas y pensiones de maridos y exmaridos, por lo que disfrutan de una placentera existencia tan sólo interrumpida por el stress que les proporciona la administración de su villa de Casa de Campo y la disciplina del fitness que las permite las formas justas para enfundarse la haute couture.
ANGELITA
Angelita era un prodigio del baile flamenco, y con solo diez años llenaba los tablaos de la zona. Ni una mosca osaba interrumpir el equilibrio de la música cuando sus tacones golpeaban la tarima y sus brazos y cintura serpenteaban en el aire para deleitar con su duende a la entendida clientela, que jaleaba con entusiasmo cada movimiento de la bailadora. Los contratos para bailar en los mejores teatros de la elegante ciudad la llovían. Pero Angelita daba largas, Angelita no quería más que bailar libremente para su gente, sus vecinos, su familia, y decía sí ya voy y nunca venía.
MAGIA DOMINICANA
Brenda
y Manuel trabajan en un pequeño cabaret de la gran ciudad. El momento más esperado de la noche es cuando ella, sentada en el centro del escenario, canta con voz de gata viejas melodías que se trajo aprendidas de su país, la República
Dominicana.
Y recuerda Manuel que cuando abandonaron hace ya diez años su querida isla se trajeron en la maleta las recetas malamente escritas que le regaló su
abuelo, con plantas y brebajes mágicos para remedio y curación de males.
LA NIÑA DEL MANGO
Siempre está ahí, pequeña y recogida, acuclillada con sus piernas descuidadamente dobladas, sin cambiar de postura, sobre el duro suelo del mercado de Puerto España. Su piel es mate, negrísima, insensible al sol abrasador, envuelta en un viejo vestido de flores verdes, almidonado, blanquísimo. Le pregunto que edad tiene, quien la cuida, de que mágico árbol recoge esa dulcísima fruta. La niña sonríe con su dentadura inmensa, blanca, perfecta, y me contesta curiosa, ofreciéndome el mango que sostiene en su mano. Si venís a Puerto España buscad a la niña del mango, estará allí para ofrecéroslo.
PUERTO ESPAÑA
Si alguna vez, de paso por el Caribe, atraca vuestro barco, o vuestro hidromotor se avería, y esa aparente fatalidad ocurre en las coordenadas de la Isla de Trinidad, sabed por el contrario que sois muy afortunados.
LA MEJOR DECISIÓN
Harto ya de jugar con el dinero ajeno, de amasar beneficios y transferir saldos a lejanos paraísos fiscales en nombre de otros, harto de una vida frenética en pos del lucro y de las satisfacciones que da el dinero, un buen día el viejo financiero decide dar un vuelco a su vida. Abre la caja fuerte de la empresa y retira un sobre que coloca en su maletín con cuidado. Su tesoro.
Lo ha pensado por meses, esto no es vida, debe de haber otra, dice para sus adentros, y tras purgar su conciencia como las tripas de un caracol, abandona lo que siempre ha hecho y prepara su mente para abordar su sueño.
Con su maletín y su paraguas como único equipaje acude al muelle portuario, y busca entre el reverbero de luces y sombras que proyecta el sol de la tarde en las tornasoladas aguas del puerto. De lejos, junto a otros, reconoce la silueta de un barco, un viejo ferry de pasaje que con el vaivén de su proa parece saludarlo.
En la escalerilla un agente lo detiene. Se ha producido un robo, han asaltado la caja de su empresa, abra ahora mismo el maletín. No llevo nada contesta y muestra en el interior una foto en sepia con un número de teléfono escrito en el reverso, ajada y desvaída, y un ticket de embarque a las Antillas.
No he robado dinero ni valores, cuando llegue al destino marcaré sólo este número y alguien vendrá. Ese será mi mayor beneficio, mi plusvalía.
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